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Manuel Montt Torres (1851-1861).-

Las escuelas agrícolas fueron fundadas a raíz de la creación en Santiago, en 1856, de una escuela agrícola anexa a la Escuela Normal, auspiciada por la Sociedad Nacional de Agricultura.
Se funda la Escuela Normal de Preceptoras, que fue confiada a las monjas del Sagrado Corazón.
Se aprueba la Ley Orgánica de Instrucción Primaria, 1860 declara la gratuidad absoluta de la enseñanza primaria.
Fundación de nuevos liceos: Chillán y Valdivia.
Se funda el Observatorio astronómico a cargo del alemán Carlos Moesta.
Se organiza el museo de historia natural, bajo la dirección del alemán Rodulfo Amando Phillipi.
El polaco Ignacio Domeyko inicia en Chile la enseñanza de la mineralogía. Este científico hizo en Chile grandes aportes, defendió los recursos forestales del norte que se destruían como combustible para la actividad minera y recomendó el empleo del carbón de piedra. Fue rector de la Universidad de Chile; destaca su obra “La Araucanía y sus habitantes”.
Contrató al francés Courcelle-Senuil para la enseñanza de la economía política.
Se crea la escuela de sordomudos.
Se dicta en 1855 el código civil, magna obra de Andrés Bello que entra en funcionamiento en 1857.
En el movimiento intelectual destaca Alberto Blest Gana, fundador de la novela en chile. Sus obras más importantes: la aritmética del amor, el ideal de un calavera, Martín Rivas, durante la reconquista, los transplantados, el loco estero y Gladys Fairfield. La historia se constituyó para los liberales de la mitad del siglo XIX en una importante arma política. Destacan los historiadores: Miguel Luis Amuntegui, Benjamín Vicuña Mackena y Diego Barros Arana.
Apenas terminada la revolución de 1851, el Gobierno consagró preferente atención a la enseñanza. El ministro Ochagavía, en la memoria de 1853 se refería francamente al problema de la instrucción primaria.
El número de niños en estado de recibirla ascendía a 215.000; los colegios fiscales y particulares sólo daban una deficiente enseñanza, en todas las escuelas, a 23.131. El Ministro ante ese cuadro sombrío abogaba por las ideas que don Manuel Montt había expuesto antes de llegar a la Presidencia de la República: el Fisco es impotente para resolver por sí solo el problema educacional; es necesario apelar (como en Estados Unidos) al concurso de todos los elementos, las municipalidades, las instituciones privadas y los padres de familia; hay que crear una renta propia a la enseñanza, que la independice del presupuesto general y sus vaivenes; y se debe confiarla dirección general inmediata de las escuelas a las corporaciones locales y a los propios padres de familia, bajo la dirección del Estado.
Estas ideas de Montt, surgidas casi seguramente del ejemplo de los Estados Unidos, fueron simplemente un sueño que no encontraron ninguna acogida en su época. "Abarcaba -dice Encina- no sólo enseñar, sino también crear el entusiasmo por la enseñanza". El propio Montt dejó de mano estas ideas que no las materializó en un proyecto de ley de instrucción primaria de 1849, a no ser en cuanto a la capitación.
Se dio cuenta el Presidente que era necesario despertar el entusiasmo del país por la enseñanza y a llegar el concurso de los intelectuales de la época y a fin de estimularlos, ideó la apertura de un concurso.
El 12 de julio de 1853 se publicaba el siguiente decreto:
Considerando: 1°) Que la generalización de la instrucción primaria en todas las clases de la sociedad es una de las necesidades más urgentes de la República; 2°) Que conviene llamar al examen de los medios prácticos de conseguir este fin a todas las personas que por sus luces puedan ilustrar la materia; He venido en acordar y decreto: El Consejo de la Universidad ofrecerá un premio de S 1.000 al autor, sea nacional o extranjera, del mejor libro en que se desenvuelvan los puntos siguientes:
1) Influencia de la instrucción primaria en las costumbres, en la moralidad pública, en la industria y en el desarrollo general de la prosperidad nacional
2) Organización que conviene darle, atendidas las necesidades del país
3) Sistema que convenga adoptar para procurarle rentas con que costearla.
Siete memorias se presentaron al concurso, obteniendo el premio don Miguel Luis Amuntegui, joven de 27 años, quien la había escrito en colaboración con su hermano Gregorio Víctor. Abogaba por la instrucción primaria obligatoria, lo que a la sazón era un concepto audaz; por su gratuidad; y preconizaba la libertad de la enseñanza primaria. Elogia las escuelas de temporada y recomienda las ideas de Montt, Sarmiento y Ochagavía, sobre escuelas nocturnas de adultos para hombres, matinales para mujeres y dominicales para los dos sexos. Alegaba en favor de la contribución especial.
La segunda memoria era la de Sarmiento, titulada La educación común. Pedagogo nato y escritor ya maduro, su memoria contenía sus ideas sobre instrucción primaria expuestas con vigor e independencia. No deben haberse conformado del todo con las de Bello, que presidía la comisión que otorgó el premio a Amuntegui.
Montt había buscado el apoyo y la ayuda de los intelectuales para el desarrollo y mejoramiento de l a instrucción primaria. La lucha tenaz de los elementos liberales, que agrupaban en aquellos días la flor y nata de la intelectualidad, en contra de la política del Presidente, impidió esta colaboración. Pero en cambio fundaron éstos, independientemente del Gobierno, la Sociedad de Instrucción Primaria. Tomaron la iniciativa don Benjamín Vicuña Mackenna, don Marcial González Ibieta, don Miguel Luis Amuntegui, don Domingo Santa María, don Guillermo Matta, don Benicio Álamos González y otros jóvenes progresistas y batalladores. La sociedad no tuvo carácter político; por lo que pudo contar con el apoyo de algunos conservadores ultramontanos, como don Manuel Carvallo, que fue su primer presidente, y don Francisco Ignacio Ossa. Contó con la decidida protección del Presidente, quien recomendó a los intendentes y a sus partidarios que coadyuvasen a la instalación y desarrollo de l a sociedad.
La Sociedad de Instrucción Primaria quedó fundada en 1856; pronto se extendió a Valparaíso, Concepción y otras ciudades menores.
En Santiago se construyó, en 1856, un edificio modelo para la escuela de niños, para fomentar el entusiasmo por mejorar los locales. La Escuela Normal de Preceptores, instalada en el edificio que se le construyó tenía, al finalizar el decenio, 105 alumnos y egresaban de ella anualmente 20 a 25 maestros. La escuela de aplicación anexa al establecimiento funcionaba en 1860 con 134 niños.
La enseñanza femenina fue una de las preocupaciones constantes del Presidente Montt y en su difusión puso la tenacidad que le era característica. Muy ufano, en su último mensaje presidencial, rompiendo la frialdad e impersonalidad de sus memorias, dejó constancia que al asumir el mando, sólo había 30 escuelas fiscales de mujeres con 1.200 alumnas; y al alejarse de él quedaron funcionando 139 con 6.400 niñas.
Este entusiasmo por la enseñanza femenina llevó al Presidente a crear, no sin vencer grandes dificultades, una Escuela Normal de Preceptoras. Para allanar los tropiezos que pudiera encontrar esta idea en el bando pelucón, colocó la nueva escuela bajo la dirección de las religiosas del Sagrado Corazón de Jesús. Inició la escuela sus cursos en mayo de 1854 con 40 alumnas. Progresó muy lentamente. El promedio anual de egresadas, al finalizar el decenio, era de 6 preceptoras por año.

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